Muchas son las religiones que han ido surgiendo en el mundo durante los milenios en que la raza humana ha existido. Civilizaciones se han ido creando y con ellas, creencias en deidades, en la inmortalidad del hombre o en el lugar que ocuparemos después de esta vida.
Entre las diferentes religiones que han surgido en el mundo se encuentra obviamente la religión cristiana con todas sus bifurcaciones. Esta surgió en un periodo en el cual la civilización romana tenía el control de extensas tierras en Europa, parte de África y Asia. Con el tiempo, esta religión se extendió por gran parte de Europa, llegando prácticamente a todo el continente, y así se ha mantenido durante siglos hasta nuestros días. Con motivo de esta cercanía y el tiempo que ha estado vigente en nuestra sociedad y cultura, la religión cristiana nos es conocida a los europeos y sabemos que según sus creencias, lo que hagamos en vida dictaminará lo que nos suceda cuando nos llegue la muerte. Dicho de otra forma, nuestra forma de comportarnos en vida o nuestra fe, nos llevará al cielo o al infierno. Debido a esto, los cristianos deben de llevar una vida que se encuentre dentro de unos parámetros. Parámetros que se podrían calificar cómo morales y de culto a Dios.
Ahora bien, con motivo de un artículo escrito por Miguel León Portilla, titulado “La filosofía Nahuatl”, me quería referir aquí al concepto de la muerte y al lugar donde los Aztecas creían que los humanos iban una vez se terminaba esta vida, ese lugar que podríamos llamar el más allá.
En el mundo Azteca, los “tlamatinime” o filósofos, eran las personas encargadas de pensar en el más allá o en donde iban los muertos. Estos filósofos veían la realidad de esta vida cómo un sueño y por lo tanto, la muerte cómo un despertar del sueño. Una vez nos despertábamos del sueño, nos íbamos a un lugar donde “vivían” los muertos.
Ahora bien, según sus creencias, existían diversos lugares en los cuales una persona podía acabar. Primero, estaban aquellos que morían ahogados, fulminados por el rayo, los hidrópicos o gotosos. Estos habían sido muertos por “Tlaloc”, Dios de la lluvia. Al haber sido muertos por el Dios de la lluvia, estos elegidos iban a “Tlalocan” (el paraíso terrenal) y eran designados para ser sepultados.

En segundo lugar, se encontraban los que después de la muerte iban al cielo donde se encuentra el Sol. Estos elegidos eran los guerreros que morían en batalla, los que eran capturados en las guerras para después ser sacrificados y las mujeres embarazadas que habían muerto durante el parto.
Tanto los que iban a Tlalocan cómo los que iban al cielo donde se encuentra el Sol, podían sentirse afortunados, ya que estos eran dos lugares de deleite y de triunfo más allá de esta vida.
Existía además, un cuarto lugar donde iban aquellos niños que habían fallecido sin haber alcanzado el uso de razón. Este lugar era llamado “Chichihuacuauhco” (traducido cómo “en el árbol nodriza”). En este lugar permanecían los niños junto al árbol, y eran alimentados con leche que goteaba de las ramas. El lugar donde se encontraba este árbol era “Tamoanchan” o “el lugar de nuestro origen”. Estos niños también podían sentirse afortunados por el lugar donde permanecerían, ya que era un lugar de disfrute. Inclusive más, en el pensamiento nahuatl se llegó a creer que estos niños, al alimentarse de semillas del árbol, llegaban a algo así cómo a reencarnarse.
Por último, estaba el lugar llamado Mictlan (lugar de los muertos), que existía en nueve planos extendidos bajo tierra. Allí iban todos los hombres que fallecían por muerte natural, sin distinción de personas. Cada hombre que comenzaba su camino hacía Mictlan, tenía que pasar por una serie de pruebas muy duras. Dentro de esas pruebas, existía una en la cual se debía cruzar algo así cómo un río donde sus aguas eran el infierno. Para pasar este río, solamente existía una manera, que era agarrándose a la cola de un perro rojo, animal muy común durante la época Azteca. Pero cualquier persona pensaría, ¿donde puedo encontrar este perro rojo? Pues bien, la única forma de tener este perro, era que se te incinerara a ti con uno de ellos a tu muerte. De esta manera, el perro te acompañaría en este viaje. Si no te incineraban con este tipo de perro, no podías cruzar ese río y por lo tanto no podías llegar a Mictlan. Cabe decir, que este lugar era el sitio donde todo Azteca anhelaba llegar para conseguir el descanso, así que cruzar ese río era crucial. Según el artículo de Miguel Portilla, en el río se encontraban muchos perros, pero ninguno de ellos era de este tipo rojizo, así que no podían ayudarte a cruzar el río.
Me parece interesante la concepción de estos lugares donde los Aztecas se suponía que iban después de la muerte. Según esta visión del más allá, no dependía de lo que los humanos hicieran en vida para ir a un lugar u otro, sino que venía dado por la forma en que morían. Los Dioses decidían donde iban los humanos una vez perecían, pero en su decisión, no entraban juicios morales hechos a los ciudadanos en vida. O lo que es lo mismo, la forma de vida que llevase un humano no dictaminaba el que sufrieras o gozases en el más allá.

Es diferente esta visión de la muerte, si la comparamos con la religión cristiana, la cual da un sentido a la vida de viaje hacia la muerte. Viaje que viene establecido por una serie de valores morales y de fe a un Dios que deben ser seguidos porque serán juzgados. Un viaje que es simplemente preparatorio para el más allá, para el lugar que controla Dios. Un Dios, que tiene el poder de decidir a donde vamos una vez dejamos nuestra existencia en este mundo y que sus decisiones serán tomadas en función de nuestro comportamiento en vida.
Volviendo a la visión de la muerte dada por los aztecas, es verdad que aquellos que se erigían cómo guerreros, si que elegían un camino que les podía llevar a un bienestar en caso de que fueran asesinados. Esta circunstancia no deja de ser un incentivo que se daba a los guerreros Aztecas, que iba estrechamente relacionado con la estructura y visión de una sociedad que era eminentemente guerrera.
El caso de los sacrificados es muy similar, ya que la sociedad Azteca estaba necesitada de sangre humana sacrificada para alimentar a “Huitzilopochtli” (Dios del Sol). Esta sangre humana, se creía entonces que se debía de ofrecer a este Dios para que el Sol saliera cada nuevo día. Se temía que si no se saciaba su sed, el Sol dejaría de salir y convertiría el mundo en tinieblas.

Es por eso, que el riesgo que los guerreros tomaban en las misiones que les eran asignadas, eran recompensadas con este limbo después de la muerte en batalla. Es también por eso, que el destino que les deparaba a los sacrificados, conllevaba un viaje a un lugar de gozo.
Lo que está claro, es que los hombres que perecían por muerte natural, no tenían un control del lugar donde iban, ya que su Dios les había deparado un final para todos ellos, sin distinción alguna. Pero lo que si sabían, eran los preparativos que debían tomar para poder finalizar su aventura y alcanzar Mictlan.
Pues bien, ya que bajo la visión de los Aztecas no debemos preocuparnos en vida de donde iremos una vez muertos, pero sí que hay que prepararse para cuando nos llegue la muerte, querría recordaros algo. Si se diera el caso que os incineraran, no os olvidéis de hacerlo con un perro rojo.
Basado en el artículo escrito por Miguel León Portilla, “La filosofía Nahuatl”.